lunes, mayo 01, 2006

Misantropía

Deporte. El hablar adopta un gesto áspero. Se hace del mismo un deporte. Se desea lograr las mayores puntuaciones: no hay conversación en la que no penetre como un veneno la necesidad de apostar. Los afectos, que en un diálogo dignamente humano contaban en lo tratado, se encuadran en tenazmente en el puro tener razón fuera de toda relación con lo enunciado. Mas como medios del poder, las palabras desencantadas ejercen una fuerza mágica sobre los que la usan. Constantemente puede observarse que lo dicho en una ocasión, por absurdo, casual o desacertado que sea, sólo porque fue dicho tiraniza al que lo dijo de tal manera que, cual una posesión suya, les imposible desprenderse de ella. Palabras, números, términos, una vez inventados y emitidos, se hacen independientes trayendo la desgracia a todo el que esté cerca. Crean una zona de contagio paranoico, y hace falta la totalidad de la razón para romper el hechizo.

Mataderos humanos .La exhortación al happiness, en la que coinciden el científico entusiasta que es el director del sanatorio y el nervioso jefe publicitario de la industria del placer, tiene todos los rasgos del padre temible que brama contra los hijos por no bajar jubilosos las escaleras cuando, malhumorado, vuelve del trabajo a casa. Es característico del mecanismo de dominación el impedir el conocimiento de los sufrimientos que provoca, y del evangelio de la alegría de vivir a la instalación de mataderos humanos hay un camino recto, aunque estos estén, como en Polonia, tan apartados que cada uno de sus habitantes puede convencerse de no oír los gritos de dolor. Tal es el esquema de la imperturbada capacidad de goce.

Psicoanálisis. En la obra de Freud se reproduce inintencionadamente la doble hostilidad hacia el espíritu y hacia el placer, cuya común raíz pudo conocerse precisamente gracias a los medios que aportó el psicoanálisis. Aquellos a los que en igual medida se indispone contra el placer y el cielo son los que mejor cumplirán la función de objetos: lo que de vacío y mecanizado se ve tan a menudo se observa en los perfectamente analizados, no es sólo efecto de su enfermedad, sino también de su curación, la cuál destruye lo que libera. El fenómeno de la transferencia, tan estimado en terapia, cuya provocación no en vano constituye la cruz de la labor de análisis, la situación artificial en la que el sujeto voluntaria y penosamente realiza aquella anulación de sí mismo que antes se producía de manera involuntaria y feliz en el abandono, es ya el esquema del comportamiento reflejo que, como una marcha tras el guía, liquida junto con el espíritu también a los analistas infieles a él.

Del regalo. El verdadero regalar tenía su nota feliz en la imaginación de la felicidad del obsequiado. Significaba elegir, emplear tiempo, salirse de las propias preferencias, pensar en el otro sujeto: todo lo contrario del olvido. Apenas ya es alguien capaz de eso. En el caso más favorable se regalan lo que desearían para sí mismos, aunque con algunos detalles de menor calidad. La decadencia del regalar se refleja en el triste invento de los artículos de regalo, ya creados contando con que no se sabe qué regalar, porque en el fondo no se quiere. Tales mercancías son carentes de relación, como sus compradores. Eran género muerto ya desde el primer día. Lo mismo sucede con la cláusula del cambio, que para el obsequiado significa: “ Aquí tienes tu baratija, haz con ella lo que quieras si no te gusta, a mí me da lo mismo, cámbiala por otra cosa”. En estos casos, frente al compromiso propio de los regalos habituales, la pura fungibilidad de los mismos aún representa la nota más humana, por cuanto permite que al obsequiado regalarse algo a sí mismo, hecho que, desde luego, lleva a la vez en sí la absoluta contradicción del regalar mismo.

Cortesía. Tras la pseudodemocrática supresión de las fórmulas de trato, de la anticuada cortesía, de la conversación inútil y ni aún injustificadamente sospechosa de palabreo, tras la aparente claridad y transparencia de las relaciones humanas que no toleran la indefinición se denuncia su nuda crudeza. La palabra directa que, sin rodeos, sin demora y sin reflexión, se dice al otro en plena cara tiene toda la forma y el tono de la voz de mando que bajo el fascismo va de los mudos a los que guardan silencio.

La izquierda. El optimismo de la izquierda repite la insidiosa superstición burguesa de que no hay que atraer al demonio, sino atender a lo positivo. “¿Al señor no le gusta el mundo? Pues que busque otro mejor” – tal es el lenguaje del realismo socialista.

Sátira .La culpa de que la sátira sea hoy imposible no la tiene, como quiere el sentimentalismo, el relativismo de los valores, la ausencia de normas que obliguen. Lo que sucede es que el consenso mismo, el a priori formal de la ironía, se ha convertido en un consenso formal de contenido. Este sería como tal el único objeto digno de ironía, pero al mismo tiempo deja a esta sin base. El medio de la ironía – la diferencia entre ideología y realidad – ha desaparecido, y ésta se resigna a confirmar la realidad haciendo un simple duplicado de la misma. La ironía se expresaba de un modo característico: si esto afirma ser así, es lo que es; hoy sin embargo, el mundo, hasta en el caso de la mentira radical, simplemente declara lo que es, y esta simple consignación para él coincide con el bien. No hay fisura en la roca de lo existente donde el irónico pueda agarrarse. (…) El gesto del “así es” carente de concepto es el mismo al que el mundo remite a cada uno de sus víctimas, y el consenso trascendental implícito en la ironía se torna ridículo frente al consenso real de aquellos a los que esta hubiera atacado.

Adorno, Theodor, "Minima Moralia".